Comentario
Aunque Beijing se convirtió desde principios del siglo XV en la capital administrativa del Imperio, las actividades culturales se siguieron desarrollando al sur del río Yangzi, en las provincias de Zhejiang y Jiangsu. Ciudades como Hangzhou, Suzhou y Nanjing concentraban el comercio de los productos artesanales, así como del té o la sal, todos ellos de gran interés económico. Los mercaderes, alejados de la rigidez de la etiqueta de la corte, fueron ganando en importancia social a medida que sus ingresos crecían. Con el fin de menguar la distancia entre la altiva y tradicional clase ilustrada del sur, se convirtieron en consumidores de obras de arte, al mismo tiempo que ejercían el mecenazgo en sus círculos.
Sus residencias se convirtieron en lugar habitual de tertulias literarias y artísticas, creando un marco adecuado para ello. El clima benigno del sur favorecía el desarrollo de la vida al aire libre, en jardines o parques donde convivían confort y estética. Los escenarios naturales de Hangzhou, con su gran lago del oeste y las colinas circundantes, propiciaron el acercamiento al medio natural, reproduciéndolo en sus residencias por medio de la creación de jardines. Suzhou, ciudad bulliciosa y comercial, se beneficiaba del Gran Canal a su paso por la ciudad y el comercio que éste conllevaba de productos del sur hacia la corte. En su laberíntico entramado de calles y canales, se construyeron lujosas viviendas, cuyo orgullo lo constituían pequeños jardines privados ocultos a la mirada de extraños. No importaba que la superficie fuera reducida para diseñar un jardín con todos sus elementos, lo importante era saber atrapar la naturaleza a través de sus componentes básicos: la montaña y el agua.
A partir de ahí, los pabellones, las plantas, los puentes y la vivienda quedaban subordinados a su completa integración con la naturaleza, el jardín.
En el diseño del jardín se compartían los mismos supuestos estéticos que en la pintura de paisaje, donde lo fundamental no es buscar la apariencia real de las cosas, sino representar una idea, un estado anímico y, como tal, mutante. La valoración del vacío en la pintura se transmite al jardín, así como la espontaneidad de la pincelada a lo desordenado de éste. La visión de conjunto queda relegada frente al elemento sorpresa que supone la contemplación parcial a través de una ventana, o cualquier otro elemento arquitectónico de un pequeño estanque, de unas rocas o de un grupo de bambúes, de manera que la imagen del mismo jardín sea múltiple y siempre distinta.
El paisajista era considerado como un artista que creaba su propia obra. Nunca existieron normas escritas acerca del diseño de los jardines, dejando a su creador toda la iniciativa. Las únicas normas implícitas fueron criterios tales como evitar la vulgaridad -sou- y buscar la elegancia -ya-. Para lograrlo, contaban con diferentes recursos, primero los de orden natural: agua, rocas y vegetación, y en segundo lugar los de orden arquitectónico: puentes, galerías, muros-pantalla y pabellones, tratados no sólo funcionalmente sino también como soportes decorativos del jardín.
Los fundamentales, esto es, los de orden natural, tienen diferentes razones para su inclusión. El agua tranquila sosiega la mente, por lo que es muy adecuado disponer de un pequeño estanque cerca de la vivienda, desde donde pueda ser vista, pero no oída. Las rocas son cuidadosamente seleccionadas según su color, textura, rugosidad y forma. La montaña es el eje del mundo, y también representa la fuerza yang de la naturaleza en compensación al elemento yin del agua. La montaña, la roca es lo estable, lo eterno, y el agua lo mutante y temporal. Las caprichosas formas de las rocas se moldean por la acción del agua, siendo las más apreciadas las del lago Tai. Frente a las rocas y el agua, imperecederas, la vegetación se renueva, marca el cambio de las estaciones, dispuesta siempre ordenadamente desordenada. Arboles, flores, plantas y arbustos tienen además un componente simbólico. El pino, el bambú y el ciruelo, los tres amigos del hombre, permanecen incluso en las estaciones frías. La peonía es una flor regia, alardeando de su color rojo, ardiente y masculino. El crisantemo es la flor del silencioso retiro, del filósofo y el poeta; el loto tiene asociaciones con el budismo y como punto de equilibrio entre el yin y el yang. Nada se dispone al azar, cuidando hasta el mínimo detalle para una perfecta contemplación. Sólo así el poeta, el calígrafo y el pintor podrán inspirarse para su creación, y gozar de una atmósfera donde fluyan las conversaciones.
Descripciones de estos jardines se pueden apreciar en pinturas, así como en obras literarias donde se reflejan, con todo lujo de detalles, no sólo los componentes del jardín sino la vida que en ellos transcurre, como es el caso de la famosa novela "Sueño en el Pabellón Rojo".